miércoles, 14 de agosto de 2013

La perfección se mide en centímetros.

Sentí sus dedos ansiosos mientras me desataban los botones de la camisa, no sabía lo que hacía pero su torpeza la hacía encantadora. Yo permanecía inmóvil mientras veía cómo quería hacer de todo sin saber hacer nada. La camisa blanca cayó detrás de mis talones y el mundo de un cuerpo desnudo era el nuevo descubrimiento de mi aventurera compañera dejando en descubierto el camino a la gloria, el abdomen de un joven con la fuerza de un adulto.  En mi rostro se pintó una sonrisa egocéntrica mientras que en el suyo un asombro se asomó. Sabía que mi cuerpo estaba perfectamente moldeado pero solo lo había visto y tocado con una pequeña tela entre piel y piel.

Yo era su Dios griego y ella era mi pequeña plebeya. No tardó en besarme pues, su emoción se hacía líquida en medio de sus piernas y una llamara encendida es casi imposible de apagar rápidamente. Los escalofríos de su cuerpo pasan como una corriente eléctrica al mío indicando que el momento está llegando. Su boca quedó frente al pecho con el que quería dormir el resto de su vida, lo supe cuando sus labios lo besaron mientras sus ojos se cerraron. 

La abracé, sabiendo que faltaba una cosa por descubrir pero quise que lo imaginara primero, pegué mi bulto, mi gran bulto en su cuerpo y lo apreté con tal fuerza que sentí que en cualquier momento mi espada, grande, filosa, dura, la traspasaría. Se podía sentir lo caliente de su entrepierna y la humedad de sus deseos, estaba tan lista. Me paré frente a ella y mi mirada le ordenó soltar mis pantalones, cuando cayeron al suelo dejaron ver la perfección de mi cuerpo en cada uno de sus centímetros. Y de los centímetros de los que más estoy orgulloso. Blanco, recto, venas sobresalientes, punta rosada, sin un solo vello y de un tamaño majestuoso. 

—Ahora serás mía.

Y mis palabras la desterraron de sus telas que volaron por todo el lugar, yo sí sé hacer las cosas y muy bien, la pegué contra la pared mientras un pequeño chillido salió de su boca, la voltee y me sostuve de su cabello dejando su cuello a servicios de mis dientes en el momento en que mi perfección entró bruscamente en la suya y escuché ese primer y delicioso grito de dolor que se convirtió en placer mucho tiempo después.



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