Mi cuerpo siempre deja de ser mío cuando hago una de las cosas que más me gusta hacer en la vida, intoxicarme. Deja de ser mío mientras se prepara para dejarse tomar por alguien más, alguien que me haga sentir por dentro lo que por fuera mi piel deja de sentir.
Lo vi parado al otro lado de la multitud mientras bailaba solo al ritmo de una canción que estaba escuchando únicamente en mi cabeza... ahí estaba él, parado, inerte, tomando pequeños sorbos como si no quisiera estar presente en la realidad.
Encendió un cigarrillo mientras y se fue por el pasillo más cercano, no aguanté las ganas, lo seguí al lugar donde más tarde desgarraría cada parte de mi ser, de mi cuerpo. "¿Tienes un cigarrillo?" fue lo único que dije; "¿Te lo enciendo?" fue lo único que dijo y su mirada me penetró tan profundo como yo quería que lo hiciera.
Me quemé el labio, tiré el cigarrillo y me fui por aquel pasillo sin dejar de quitarle la mirada de encima, caminando de espaldas, sonriendo invitándolo a bailar en medio de la pista pero él no quería bailar, al menos no en la pista, al menos no rodeados. Y me agarró la mano, y me besó, y firmó lo que sería la sentencia de mi muerte.
Subimos las escaleras aunque íbamos bajando al infierno, llamas que salían de su cuerpo deseosas de quemarme y yo emanando gases dispuesto a causar un gran incendio. Tropecé con cada escalón, su risa me hacía reír, sentí paredes, barandas, cuadros y hasta mesas en mi espalda cada vez que me impulsaba y callaba mi boca hasta que llegamos a aquella puerta de madera al lado de un balcón. Ahora que lo pienso qué bueno que no eligió el balcón, habría despertado a toda la manzana y la gente pensaría que estaban cometiendo un asesinato.
Me bebí el último trago del vaso mientras el trancaba la puerta, me volvió a mirar con esos ojos imposibles que dominaban y te hacían obedecer cada uno de sus demandas, porque aquél perro nunca ladró pero estaba dispuesto a morderme y destrozarme la vida. Nervios, siempre llegan en el momento menos indicado, comencé a temblar mientras se lanzaba encima de mí ¿qué coño estoy haciendo? ¿Quién es él? ¿Quién soy yo? No sé qué estoy haciendo pero quiero, no sé cómo hacerlo pero quiero, nunca he hecho esto pero siempre he querido. Nunca había tenido a un hombre encima de mí, no entendí que eso era lo que me iba a gustar el resto de mi vida hasta que yo me subí encima de él.
Prendió un cigarrillo y me lo puso en la boca mientras sentado en el borde lo veía, él por supuesto nunca dejo de verme mientras se quitaba cada tela que llevaba encima y sus palabras comenzaron a salir de su garganta como órdenes y yo simplemente cedí, me rendí y me serví. Se creía mi dueño y yo me sentía como si fuese un objeto hecho para sus deseos.
Sus besos tenía la intensidad de un millón de tornados uno dentro de otro y sus manos eran rastreadores conociendo el terreno donde él iba a construir su imperio. No lo besé, me hizo besarlo dónde él quería, donde a él se le antojaba y me manejaba a su gusto. Pasé de sus labios al resto de su cara, bajé al cuello y seguí el camino hasta el cuenco que se hacía en su pecho por donde la presión de sus manos en mi cabeza me hizo bajar hasta llegar al sur, donde se visualizaba una jungla, un manglar, una selva dónde cuál mamífero me alimentaría.
Estuve de rodillas viéndolo fijamente, no hacía nada, no se movía y mucho menos lo hacía yo aunque sabía lo que tenía que hacer, él estaba disfrutando verme así. Agarré cada lado de su ropa interior y me quitó las manos, todavía no era hora de la cena. Me agarró con ambas manos y me hizo oler aquél aroma que jamás voy a olvidar y que ahora es mi olor favorito en el mundo. Luego de un buen rato decidió que era hora de acabar con mi desesperación y liberó a la bestia, qué bestia, un demonio que quería poseerme y yo me entregué sin necesidad de negociar.
Me sentía como un barco ultrajado por piratas que solo quieren destrozar todo lo que ven e irónicamente era el momento más delicioso y feliz de mi vida, no hizo falta ser cortés para dejarlo entrar por completo, aquellos sabores eran magníficos, aquellos olores exquisitos, aquellas texturas inigualables y mientras abría camino a profundidades que desconocía.
Sentía su cuerpo temblar mientras hacía por primera el mejor trabajo al que me han puesto bajo presión, y no se aguantó, me levantó, probó su propio cuerpo desde mi boca y se dispuso a despojarme de mi ropa que voló por cada parte del cuarto y me tiró a la cama, boca abajo y llegó a mí sin pensarlo, con la fuerza de un ferrocarril en su mayor potencia, duro, seco... doloroso. grité, clavé mi cabeza en el colchón y a él no le importaba nada más que él.
Me agarraba con fuerza mientras yo intentaba escapar pero él lo estaba disfrutando tanto cual león que jamás dejaría escapar a su presa cuando tiene hambre. No sentía las piernas, estaba temblando, quería llorar del dolor mientras él seguía gozando de mi aparente sufrimiento, yo sollozaba mientras el reía, mi sufrimiento era su placer, hasta que un golpe de calor pasó por todo mi cuerpo desde los pies hasta las orejas y dejé de quejarme, dejé de resistirme y voluntariamente mi espalda se arqueó completamente para ayudar a la entrada de mi intruso. Él hizo lo que mejor sabía hacer, sonreírme para hacerme saber que ya era suyo.
Encendió otro cigarrillo mientras me colocaba como a él le diera la gana hasta que, por primera vez en toda la noche me dejó tomar el mando. Arriba de él me subí sobre él para bajar lentamente, su cara era un enigma, su rostro un hermoso misterio, abrió una puerta en mí que ya no iba a poder cerrar hasta que lo venciera y comencé a mover mi cadera como solo yo lo sé hacer, como si estuviese bailando para él sobre él con él dentro.
No sé cuánto tiempo pasó, mi vida se perdió entre los movimientos de nuestras caderas a veces coordinados a veces atropellados hasta que llegó el momento de vencerlo, tomé las fuerzas necesarias y me convertí en lo que él estaba esperando toda la noche, De repente sentí la desesperación de su cuerpo, estaba hirviendo, acelerado, retorciéndose mientras creía que sus pies se iban a fracturar. A la velocidad de la luz me tiró a un lado, me volteo como si fuese un cuerpo si vida, rompió el manto que cubría a la bestia y sentí una lluvia cálida en mi cuerpo que poco a poco bajaba por mi espalda y se quedaba en mi curvatura. Le bestia fue derrotada. Lo siguiente fue sentir su cuerpo sobre el mío y caímos en un coma momentáneo, él seguía sonriendo, maldita sea esa sonrisa.
Bajamos las escaleras, él estaba intacto como si hubiese renacido, yo estaba destruido, adolorido, acalorado, mordido, arañado, despeinado, no podía caminar pero por primera me sentía completamente pleno, lleno, satisfecho, estaba feliz como si nada me faltara en la vida. Todos nos miraron con una cara de complicidad, sonrisas que no eran más que picardía y miradas juzgadoras. Yo simplemente agarré una botella, encendí otro cigarrillo aunque la garganta me doliera y seguí bailando solo al ritmo de una canción que únicamente escuchaba en mi cabeza. Esta vez ya no lo miraba al otro lado del salón, solo tenía que voltear a la derecha para ver esa sonrisa que hizo conmigo lo que quiso.